Guía católica del Camino de Santiago

 
La esencia del Camino es ir a ver a Santiago y pedir su intercesión”, explica Ullate, quien en este libro defiende la santidad objetiva del Camino: “No se trata de una acción neutra que me santificará si yo estoy en una buena disposición subjetiva. Si así fuese, el Apóstol se convertiría en una mera excusa para mi transformación interior. Es al revés: justo porque Santiago es un poderoso intercesor, y justo porque la Providencia decidió que reposara allí, hay que ir allí y no a otro sitio. Sólo entonces, y mediando por supuesto mi buena disposición, tendrá un efecto santificador que es propio y específico”.
Es decir, hay que tener clara la contraposición entre la hipótesis moderna de que el Camino es algo neutro que se hace bueno o malo dependiendo de las intenciones, de los aportes subjetivos de cada cual, frente a “la santidad objetiva de la peregrinación, cuya lógica interna santifica, atrae hacia la gracia. El Camino es santo en sí mismo y santifica si no nos resistimos a ello”, insiste Ullate.
El autor de esta Guía católica para el Camino de Santiago lo ha hecho en cinco ocasiones, pero no descubrió estas verdades sino mucho tiempo después, con la reflexión posterior. Y, tras siete años dándole vueltas, decidió plasmarlas en unas páginas radicalmente novedosas… aunque no hacen sino recordar algo que estaba muy claro para los antiguos peregrinos, pero que queda hoy muy desdibujado.
“La peregrinación a Santiago, si se la entiende bien, es una práctica muy apropiada para el hombre moderno, porque rompe con nuestra forma mentis habitual y resulta por tanto higienizante”, afirma Ullate. El error contemporáneo consiste en separar el orden natural y el orden sobrenatural, tanto para quedarse con los aspectos puramente turísticos, sociales o deportivos del Camino, como para reducirlo a una fórmula pietista en la que todo lo no espiritual debe ser desterrado.
Lo esencial es lo objetivo
Ni una cosa ni otra: ”La opulencia de frutos naturales del Camino”, explica a preguntas de ReL, y que van “desde la revitalización de los sentidos y la sorpresa ante lo creado a la propensión a la amistad, pasando por el hecho psicológico de que al cambiar de actividad la atención se despeja”, no debe ser negada, sino aprovechada, pero para su recto fin, en la perspectiva católica de que el orden natural está ordenado al sobrenatural.
“El Camino tiene una analogía con los sacramentales. Hay sacramentales-cosa y sacramentales-acción. La Ruta sería algo semejante a éstos: su existencia está en el actuarse, pero no es el actuarse lo que santifica, sino el ajustarse a una regla. No es mi intención al hacerlo la que santifica el Camino. La santidad objetiva del Camino es someterme a una regla que no me he dado yo a mí mismo”, añade el autor.
Su libro va aplicando esta idea acompañando al peregrino desde que comienza a preparar la marcha, y la apoya con historias (ultreyas) propias, ajenas o tradicionales de sucesos acontecidos a lo largo de los siglos, o en su misma experiencia.